Había leído muy buenas críticas de este libro y cuando me lo encontré en un Vips ¡por menos de 3 euros!, no me lo pensé dos veces.
Lo primero que me llamó la atención fue esa preciosa portada, con destellos que recuerdan al hielo y aires de ciencia ficción. Pero estamos ante una novela realista y bastante dura que trata el tema de los trastornos alimenticios.
Esta escritora norteamericana se ha documentado para tratar el tema con la ayuda de médicos y psicólogos, pero a mí me ha decepcionado bastante.
Me ha resultado extremadamente juvenil y no ha conseguido que empatizara con la protagonista. Supongo que también tiene que ver el hecho de que, por suerte, no conozco a nadie que haya sufrido anorexia por lo que la historia me ha resultado aburrida.
"Hoy, durante todo el día, he ingerido 412 calorías. Las quemaré, además de unas doscientas más, si encuentro la energía suficiente para subirme a la máquina de peldaños: podría comerme la mitad de una magdalena (150), o incluso un cuarto (75). Podría rascar el glaseado y sólo mordisquear el bizcocho.
No debería. No puedo. No lo merezco. Estoy como una vaca y me doy asco a mí misma. Ya ocupo mucho espacio. Soy fea, una hipócrita repugnante. Soy un maldito problema. Una pérdida de tiempo.
Quiero irme a dormir y no despertarme, pero no quiero morir. Quiero comer como lo hace la gente normal, pero necesito ver mis huesos, o me odiaré cada día más hasta que me arranque el corazón o me tome todas las pastillas del mundo.
Cojo la magdalena que, sin duda alguna, debe de tener un sabor horrendo: a granada. Contiene un glaseado rojo además de semillas rojas por encima. Chupo las semillas e hinco el diente. Explotan en mi boca, un sabor húmedo y bermejo, no como una baya, ni parecido a una manzana, sino más sombrío, como el vino. Podría comerme un puñado de estas semillas, o quizás seis puñados, o puede que incluso zamparme todo un cubo.
No, no podría. Sólo como seis: 1.2.3.4.5.6. Cuando las engullo, sienten calor al pasar por mi garganta, lo cual no me asusta.
Escucho cómo se abre otra puerta, pero no logro divisarla. Las cuerdas que dirigen esta marioneta están rotas y no puedo sentir estas manos, ni impedir que quiten el envoltorio de la magdalena y me la acerquen hasta la boca. Estas mandíbulas mastican. La boca engulle y se da prisa, porque aquí viene otra y después otra hasta que finalmente todas las magdalenas con semillas rojas han desaparecido de la mesa. Todas. Y. Cada. Una. Estas manos alcanzan un trozo de bizcocho de chocolate, después cogen un pedazo de dulce de leche y pescan una figurita de jengibre con brazos rosas. Me disuelvo en una nube de azúcar hasta que las puertas del auditorio se abren repentinamente y el vestíbulo se llena de aplausos, silbidos y cuerpos calientes.
Salgo pitando hacia el baño.
No importa hasta dónde introduzca el dedo, la fosa séptica no se vaciará. Así que decido echar un chorro de jabón de manos en mi boca y hacer gárgaras hasta que las burbujas manen por las comisuras de los labios y recorran mis mejillas"
viernes, 15 de julio de 2016
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