Vmd. no quisiera ser ingrata, me decía ayer. ¡Ah!, créame vmd., señorita, querer pagar el amor con la amistad, no es temer la ingratitud, es recelar sólo el tener sus visos. Entretanto ya no me atrevo a hablar a vmd. de un sentimiento que no puede menos de molestarla, si no le interesa; es preciso que cuide de encerrarlo en mi pecho, mientras hallo el modo de vencerlo"
"Me gusta ver y considerar a esta mujer prudente metida, sin percibirlo, en un camino en que no puede volver atrás, y cuya rápida y peligrosa pendiente la arrastra a pesar suyo, y la obliga a seguirme. Espantada allí del peligro que la amenaza, quisiera detenerse, y no puede; y aunque, por su cuidado y destreza, acorte sus pasos, es necesario que éstos se sucedan. Algunas veces, no atreviéndose a mirar el peligro, cierra los ojos, y dejándose ir se abandona a mi dirección. Un nuevo temor reanima a menudo sus esfuerzos, y en su mortal horror intenta todavía deshacer el camino, agota sus fuerzas para trepar penosamente por él durante un corto espacio, y bien pronto un mágico poder la vuelve a poner más cerca del peligro, que en vano ha querido evitar. Viendo entonces que yo soy su única guía y apoyo, sin cuidar ya de reconvenirme sobre una caída inevitable, me pide sólo que la retarde. Fervientes súplicas, humildes ruegos, y cuanto los mortales poseídos del miedo ofrecen a la Divinidad, todo se dirige a mí; ¿y quiere vmd. que sordo a sus súplicas, y destruyendo yo mismo el culto que me tributa, emplee en precipitarla el poder que invoca para que la sostenga? ¡Ah! Déjeme vmd. a lo menos el tiempo de observar estos tiernos combates entre el amor y la virtud"
"¿Quién puede no horrorizarse al pensar en las desdichas que puede causar una sola amistad peligrosa, y qué penas no se evitarían con reflexionar un poco más? ¿Qué mujer no huiría al oír la primera palabra de un seductor? ¿Qué madre podría, sin temblar, ver a otra persona que ella hablar con su hija? Pero estas reflexiones tardías no vienen jamás sino después del suceso; y una de las verdades más importantes, y tal vez una de las más generalmente reconocidas, queda sofocada y sin uso en el torbellino de nuestro modo de vivir y de nuestras costumbres tan inconsecuentes.
Adiós, mi querida y digna amiga; en este instante experimento que nuestra razón, tan insuficiente para prevenir nuestras desgracias, lo es todavía más para consolarnos después.
París, a 14 de enero de 17..."
0 comentarios:
Publicar un comentario