Tenía este libro en mi estantería desde que salió publicado hace años. Como cinéfila que soy, esa portada tan chula y su argumento me llamaron la atención: "Fue un trato muy poco convencional: Jesse podía dejar de ir al
instituto, dormir todo el día, no trabajar, no pagar alquiler pero a
cambio tenía que mantenerse alejado de las drogas y ver 3 películas a
la semana con su padre, el crítico de cine canadiense David Gilmour.
Jesse aceptó de inmediato y al día siguiente padre e hijo comenzaron con
la primera película de la lista: Los cuatrocientos golpes de François
Truffaut. A lo largo de 3 años padre e hijo vieron todo tipo de
películas, desde las consideradas joyas del cine hasta los grandes
bodrios de todos los tiempos"
A pesar de que he leído muy buenas críticas, a mí me ha aburrido y decepcionado bastante. Me esperaba mucho más cine y no una novela autobiográfica sobre la relación entre un padre y su hijo.
Su tema principal es la importancia de la educación en la adolescencia y las referencias a películas son lo de menos.
Aunque me ha aburrido y estaba deseando terminarlo, reconozco que tiene algunas frases y reflexiones muy buenas; por ejemplo: "Elegir películas para la gente es un asunto peliagudo. En cierto sentido, es igual de revelador que escribir una carta a alguien. Muestra lo que uno piensa, lo que le emociona, a veces incluso puede mostrar cómo piensa uno que el mundo lo ve a él. De modo que cuando recomiendas encarecidamente una película, cuando dices: "Es para morirse de risa. Te va a encantar", y al día siguiente te ve un amigo y te dice con el ceño fruncido: "¿Eso te pareció gracioso?", la experiencia es asquerosa".
"No volvió a vivir en mi casa. Se quedó en la de su madre y luego buscó un piso con un amigo que había conocido en el instituto. Tuvo un problema con una chica, creo, pero lo solucionaron. O no lo solucionaron. No me acuerdo.
Nunca llegamos a ver el programa de películas extraordinariamente bien escritas. Simplemente se nos acabó el tiempo. Supongo que en realidad no importaba; siempre habría algo que no llegaríamos a ver.
Él dejó atrás el cineclub y, en cierto modo, me dejó atrás a mí; dejó atrás el hecho de ser un niño para su padre. Se percibía desde hacía años, por etapas, pero de repente estaba allí. Se podía notar en los dientes.
Algunas noches paso por su cuarto del tercer piso; entro y me siento en el borde de la cama; me parece irreal que se haya ido, y durante los primeros meses me angustiaba pasar por allí. Veo que se ha dejado Chungking Express en su mesilla de noche; ya no le sirve de nada; ha tomado todo lo que necesitaba de ella y la ha dejado atrás como una serpiente su camisa.
Sentado en su cama, me doy cuenta de que nunca volverá bajo la misma forma. De ahora en adelante será una visita. Pero qué regalo tan raro, milagroso e inesperado fueron esos tres años en la vida de un joven, en un momento en que normalmente empieza a cerrar la puerta a sus padres.
Y qué suerte tuve (aunque desde luego entonces no me lo parecía) al no tener trabajo y disponer de tanto tiempo libre. Días, tardes y noches. Tiempo.
Todavía fantaseo con una unidad de películas sobrevaloradas. Me muero de ganas de hablar de Centauros del desierto (1956) y los desconcertantes elogios y ridículos análisis que ha generado; o la maligna falsedad de Cantando bajo la lluvia (1952) de Gene Kelly. Jesse y yo volveremos a tener tiempo, pero no esa clase de tiempo, no ese tiempo bastante anodino y en ocasiones aburrido que es el verdadero signo de vivir con alguien, un tiempo que crees que durará siempre y, de reprente, un día simplemente descubres que no es así"
viernes, 22 de febrero de 2013
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